Nakba: el plan israelí para expulsar a todos los palestinos de sus territorios
Hay un axioma que se suele repetir, de manera recurrente, cuando se habla de Oriente Medio que dice que las guerras se saben cómo empiezan, pero no cómo acaban. En una región que se caracteriza por ser una de las más inestables del mundo, los ataques del 7 de octubre de 2023 contra territorio israelí fueron percibidos con una sensación de cambio de ciclo que el posterior asalto militar israelí contra la Franja de Gaza no hizo más que confirmar.
El nivel de violencia empleado por Israel desde el 7 de octubre no es, en absoluto, comparable con el registrado en las cinco agresiones (2006, 2008-2009, 2012, 2014 y 2021) desarrolladas desde la entrada en el siglo XXI, todas con el supuesto objetivo de destruir a Hamás. Desde entonces, la Franja de Gaza sufre una verdadera guerra de destrucción que ha provocado, en sus primeros seis meses, 33.000 muertes y 75.000 heridos entre la población palestina, al menos un 70 por ciento de ellos mujeres y niños. La vida de los 2,3 millones de gazatíes pende de un hilo, puesto que la ocupación israelí está empleando el hambre y la sed como armas de guerra impidiendo la entrada de ayuda humanitaria, todo ello ante la absoluta indiferencia de la comunidad internacional.
Isaac Kroizer, diputado del supremacista Poder Judío, fue aún más claro al afirmar: “La Franja de Gaza debe ser borrada del mapa para enviar un mensaje claro a nuestros enemigos”. Estas afirmaciones son un buen termómetro que refleja el estado de opinión de buena parte de la sociedad israelí, que considera que su ejército debería ser todavía más contundente en su campaña contra la Franja de Gaza.
La Franja de Gaza debe ser borrada del mapa para enviar un mensaje claro a nuestros enemigos
La respuesta israelí a los ataques coordinados por Hamás ha rebasado deliberadamente todas las proporciones y sujeciones normativas internacionales, con una evidente violación del derecho internacional humanitario y, en particular, del IV Convenio de Ginebra de 1949 y sus protocolos adicionales, relativo a la protección de las personas civiles en tiempos de guerra. Su particular ensañamiento con la población civil palestina no es nuevo, ni tiene otra explicación que la sed de venganza, con la previa responsabilización y deshumanización de la población gazatí por parte de los responsables políticos y gubernamentales israelíes.
Las acciones violentas de Hamás y los grupos afines fueron tachadas como terroristas y como crímenes de guerra, pero en ningún caso pueden justificar la posterior reacción israelí, que ha comportado la comisión de múltiples crímenes de guerra, de lesa humanidad y, posiblemente, también de genocidio. Por si quedara algún resquicio de duda respecto a sus bombardeos masivos e indiscriminados sobre civiles en un área tan densamente poblada como la Franja de Gaza, el sometimiento intencionado de la población civil a la hambruna y la enfermedad despeja cualquier sombra sobre las verdaderas intenciones de Israel que podrían llegar a constituir, tal y como ha constatado la Corte Internacional de Justicia, un acto de genocidio.
Ingeniería demográfica
Además de restituir su imagen de invulnerabilidad y su poder disuasorio con una exhibición de fuerza desproporcionada, todo indica que el actual Gobierno israelí, el más ultranacionalista, supremacista y colonialista en la historia de Israel, apuesta por llevar a cabo una obra de ingeniería demográfica con el desplazamiento forzado de la población palestina de partes significativas de Gaza en una clara operación de limpieza étnica.
Esta sucesión de pequeños guetos y ‘bantustanes’, vigilados de manera permanente e incursionados periódicamente por el ejército de ocupación israelí, se articula a modo de un archipiélago de islotes, separados unos de otros, en medio de un mar colonial integrado por bloques de asentamientos, carreteras de circunvalación, áreas militares, muros de hormigón, vallas eléctricas y numerosos puestos de control israelíes, donde residen, en la actualidad, 800.000 colonos israelíes.
En este mismo sentido, no deberían perderse de vista las repercusiones regionales, dada la manifiesta volatilidad de Oriente Medio, con sus respectivos vasos comunicantes entre sus diferentes actores y con crisis todavía abiertas o solo cerradas en falso. El temor a la propagación de la crisis de Gaza al conjunto de la región ha sido una de las principales preocupaciones de las cancillerías occidentales y, también, de los actores locales.
Si algo ha quedado claro desde el 7 de octubre es la indiferencia de la comunidad internacional ante el descenso de la Franja de Gaza a los infiernos. A pesar del insoportable número de víctimas, Estados Unidos y la mayor parte de la Unión Europea han mantenido inquebrantable su respaldo incondicional hacia el Gobierno de Netanyahu, el más extremista de la historia de Israel. Esta connivencia de las principales potencias occidentales con Israel los convierte en corresponsables de sus crímenes de guerra y de lesa humanidad. Igualmente son cómplices en el genocidio en curso, tanto por la cobertura política, diplomática, militar, económica e, incluso, mediática que han otorgado a la agresión israelí como por no prevenirlo pudiendo hacerlo.